Más de tres meses en Londres.
El verano si pudo pillarse un alto vuelo para escapar de este hub financiero; crisol de culturas en vasos de porcelana quedan. No están a la venta, todo queda en casa.
Sólo tengo tiempo para vender, y no se me acaba. Acebuche, estatua de sal. Fútbol en campo sintético, páginas vistas y otras relaciones contractuales... tan gracioso como jugar con otros ombligos; este zumbido en los oídos me hace bailar dibujando ochos. Duele no poder hacer feliz. No poder hacerme daño.
Suena una canción que hace de la lluvia un mensaje del cielo. Ven a la India, ven. Oficinas, la comida llevátela, zumba entre los trastos del campo, y guarda un poco de miel en la celda. Llueve y el polvo se asienta y cantan las palmeras. Viento y sol sobre piedra colosal, un pequeño fallo en la malla, monumento al sin sentido del tiempo.
Las teclas de la máquina traen una triste melodía porteña, un distante abrazo fuera del foco, nadie se pisa.
Coger un tren sin aceptar unas escaleras mecánicas al submundo de las cavernas acondicionadas y comenzar a andar hacia detrás, bateau ivre Maurice. Me cansé de huir hacia delante y quiero al llegar al vagón de cola respirar humo, bufarlo por la nariz y embriagarme de la tierra. Ganado y ropa usada, humanidad sin empañar. Voy a empezar la búsqueda y jugar con fuego. Desembarazarme de la melaza y bañarme en almizcle.
Bailo mi primer tango
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